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LEYENDAS 2

LEYENDAS CASTELLANAS


Los hechos históricos acaecidos en los cerca de trescientos años que dura la historia del condado de Castilla son el germen sobre el que crecerá el corpus de leyendas más amplio de la lengua castellana. La mayoría de estas leyendas sobre los orígenes de Castilla se refieren a las continuas luchas por la supervivencia contra los cordobeses, pero también otras referentes a la figura del conde Fernán González y su lucha por desprenderse del control de León y de Navarra.

Muchas de estas leyendas son muy conocidas, al menos de nombre, y fueron desarrolladas en la épica medieval castellana, como Los Siete Infantes de Lara, la Condesa Traidora, etc… pero otras lo son menos. En este apartado me propongo reunir todas las leyendas relacionadas con este período histórico.
Siete Infantes de Lara
Leyenda de los Jueces de Castilla 
La condesa traidora
Bernardo del Carpio y su origen en el condado de Saldaña
Los Monteros de Espinosa y el conde Sancho García: ¿realidad o leyenda?
Don Rodrigo y La Cava
Ponce de León y la Fuente de la Eterna Juventud
El rey niño



Siete Infantes de Lara
Según la versión transmitida por la leyenda contenida en la versión sanchina de la Estoria de España, que podría recoger un antiguo cantar de gesta compuesto hacia el año 990, en el transcurso de las bodas entre Doña Lambra —natural de Bureba— y Rodrigo Velázquez de Lara, más conocido como Ruy Velázquez, y también llamado Roy Blásquez —hermano de Doña Sancha, madre de los infantes—, se enfrentan los familiares de la novia con los de Lara. De ese enfrentamiento resulta muerto Álvar Sánchez, primo de Doña Lambra, a manos de Gonzalo González, el menor de los siete infantes de Lara.
Más adelante Gonzalo González es visto por Doña Lambra mientras se baña en paños menores, suceso que Doña Lambra, al considerarlo como una provocación sexual a propósito, interpreta como una grave ofensa. Doña Lambra, aprovechando este lance para vengar la muerte de su primo Álvar Sánchez, que no ha sido satisfecha aún, responde con otra afrenta al ordenar a su criado arrojar y manchar a Gonzalo González con un pepino relleno de sangre, ante la risa burlesca de sus hermanos. Gonzalo reacciona matando al criado de Doña Lambra, que había ido a refugiarse bajo la protección del manto de su señora, que queda asimismo salpicado de sangre.
Estos sucesos provocan la sed de venganza de Doña Lambra. Por ello, su marido Ruy Velázquez urde un plan por el que Gonzalo Gustioz, señor del enclave de Salas, es enviado a Almanzor con una carta cuyo contenido indica que sea matado el portador de la misiva. El padre de los infantes desconoce el contenido de la carta porque está escrita en árabe. Almanzor se apiada de Gonzalo Gustioz y se limita a retenerlo preso, pues considera excesivo el sufrimiento de su cautivo, que es aliviado por una hermana del propio Almanzor. De ambos nace un hijo llamado Mudarra, quien más adelante será adoptado por Sancha Velázquez, su abuela. Años más tarde este hijo, aunque bastardo, vengará, matando a Ruy Velázquez, el crimen cometido a sus hermanastros, ya que los siete hermanos de Lara habían sido dirigidos hacia una emboscada ante tropas musulmanas en la que, a pesar de su valía guerrera, son decapitados y sus cabezas remitidas a Córdoba por órdenes de su tío Ruy Velázquez. Allí serán contempladas dolorosamente por su padre Gonzalo Gustioz en uno de los plantos más emotivos de toda la epopeya castellana.2​


La leyenda de los Jueces de Castilla 
es una de las narraciones míticas fundamentales de los orígenes de Castilla pues además de explicar las razones de la independencia de Castilla con respecto del reino de León, es una auténtica columna vertebral que une a las otras historias legendarias castellanas, sobre todo gracias a la creación de una genealogía ficticia que partiendo de sendos jueces –Nuño Rasura y Laín Calvo– entronca con el conde Fernán González y Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. En este artículo vamos a ver la génesis de la leyenda y su evolución a lo largo de tiempo, pero primero comenzamos narrando la leyenda.

¿Qué cuenta la leyenda de los Jueces de Castilla?
Cuentan las tradiciones que en época del rey Fruela II, aunque otros dicen que al morir Alfonso II el Casto, los castellanos se vieron desamparados y no se sentían bien gobernados por los reyes de León. Estaban descontentos porque tenían por obligación ir a León para hacer negocios y para acudir a la justicia. El viaje era largo, arduo y difícil y, además, cuando iban a la corte regia, recibían agravios, eran menospreciados y se les trataba con desdén y desprecio. Veían además los castellanos que los leoneses trataban de acrecentar sus tierras a su costa en la frontera del río Pisuerga. Por eso, reuniéndose en junta, acordaron rebelarse directamente y liberarse del dominio leonés. Eligieron a dos Jueces que serían su caudillos, quienes los gobernarían en la paz y los dirigirían en la guerra.
Para evitar que los reyes de León fueran contra ellos, no eligieron a los jueces de entre la más alta nobleza castellana sino de entre sus caballeros, y dentro de ellos, a los más prudentes y esforzados. Su nombres fueron Nuño Rasura y Laín Calvo. Nuño Rasura era un hombre de gran juicio, diligente, recatado y trabajador, amigo de llegar a acuerdos en los juicios en los que participaba. Laín Calvo, yerno de Nuño Rasura, era feroz e impaciente, por eso era el encargado de los asuntos militares y no participaba en los juicios.
De este modo, los jueces de Castilla gobernaron mientras los reyes de León ponían orden en sus asuntos. Dictaban sentencias, las fazañas, que se convertirían en la base del derecho castellano de forma que el Fuero Juzgo dejó de utilizarse en Castilla.
Nuño Rasura destacó por su capacidad de generar consenso y logró que todos los nobles de Castilla dejaran a un hijo suyo a su cargo para que fueran educados todos juntos. De entre ellos sobresalió su hijo, Gonzalo Núñez, de tal modo que cuando falleció Nuño Rasura, sus compañeros, y los padres de los mismos, no dudaron en nombrar conde de Castilla a Gonzalo Núñez. Años más tarde sería el padre del conde Fernán González, quien logró separar definitivamente Castilla del reino de León.

La condesa traidora
El relato épico denominado La condesa traidora no ha llegado a nuestros días de forma independiente ni en prosa ni en verso. Lo conocemos gracias a las prosificaciones realizadas en la Crónica Najerense (s. XII), De rebus Hispaniae y en la Primera Crónica General (s. XIII). En esta última versión adquiere ya un formato, muy distinto del original, que será repetido sucesivamente.
En las primeras versiones de La condesa traidora, el suceso, a grandes rasgos, relata la actuación de la condesa de Castilla, esposa del conde García Fernández. Ésta es seducida por el caudillo cordobés Almanzor a la que ofrece ser su esposa y reina de Córdoba.
La condesa maneja sus hilos para que el conde acabe siendo derrotado y muerto por las tropas de Almanzor. Y no contenta con esto, trata de asesinar al hijo de ambos, al sucesor en el condado, Sancho García. Pero Sancho García, con ayuda divina, es avisado de la conspiración y acaba con la vida de su madre.
A partir de la versión escrita en la Primera Crónica General de Alfonso X el Sabio la historia cambia bastante pues las protagonistas de La condesa traidora son realmente dos condesas.
La primera condesa, de origen francés, que recibe el nombre de doña Argentina, huye con un conde francés abandonando al conde García Fernández. García decide ir a vengarse de ambos y, una vez en Francia, conoce a la hija del conde, doña Sancha, que también busca un modo de desembarazarse de su madrastra. Ambos se confabulan para vengarse y García Fernández acaba decapitando al conde francés y a doña Argentina.
El conde y doña Sancha retornan a Burgos como marido y mujer y como condesa es reconocida por los castellanos. De esta unión nacerá Sancho García, el futuro conde.
Pero años más tarde doña Sancha se volverá también contra el conde castellano. Por eso alimentó con salvado en vez de con cebada al caballo del conde y, en consecuencia, el caballo, al estar mal alimentado, desfalleció y el conde García Fernández acabó siendo lanceado y muerto en una escaramuza contra los cordobeses a orillas del río Duero.
Poco después, una vez que su hijo Sancho era ya conde de Castilla, doña Sancha, queriendo ser esposa de un rey moro, trató de envenenar a su vástago. Pero acabó siendo descubierta por una criada y tuvo que beberse el veneno que había preparado para él.




Bernardo del Carpio y su origen en el condado de Saldaña


La leyenda según la Primera Crónica General

A los 21 años del gobierno del rey Alfonso II el Casto, en el año 800, una hermana del rey llamada Jimena tuvo relaciones amorosas a escondidas con el conde Sancho Díaz de Saldaña. Y fruto de este amor tuvieron a un hijo: Bernardo. Cuando el rey se enteró de estos hechos no fue de su agrado y envió a dos nobles (Orios Godos y el conde Tiobalte) en busca del conde a Saldaña para que acudiera a la corte.

Con un pequeño ejército se encaminaron a Saldaña donde el conde Sancho les recibió bien. Le convencieron y acabó viajando con ellos hacia León. Al llegar a la ciudad no hubo ningún recibimiento, cosa que Sancho Díaz no tuvo por buena señal. Y tenía razón, pues cuando entró en el palacio los monteros del rey le apresaron y le ataron, tan fuertemente, que le hicieron sangrar por las uñas.

Sancho Díaz pregunta entonces al rey que qué ha hecho mal y el rey le contesta que este castigo se debe a sus amores con su hermana Jimena. Sancho Díaz, antes de ser encerrado ruega al rey que, ya que va a ser encarcelado, que se ocupe de la crianza de su hijo Bernardo. Sancho Díaz fue llevado preso al castillo de Luna; a Jimena la ingresó en un convento. Después mandó a por Bernardo y le crió como si fuera su propio hijo, ya que no tenía descendencia.

Bernardo se convertirá en un fabuloso guerrero y en un legendario héroe en lucha contra francos y contra musulmanes, defendiendo el reino de Asturias, con encuentros tan famosos como la batalla de Roncesvalles. Ya en época de Alfonso III, en el año 843 (sic), Bernardo se enfrentó a unas huestes francas comandadas por Bueso que habían invadido Castilla. Asturianos y francos se encontraron en Ordejón, cerca de Amaya. Allí Bernardo entabló combate singular con Bueso y acabó venciendo, provocando la huida de los francos. Gracias a esta hazaña, Bernardo arrancó de Alfonso el compromiso de que liberaría a su padre, el conde Sancho Díaz. Pero el rey no cumplió su palabra y dejaba pasar el tiempo. Finalmente Bernardo dejó de servir al rey en la guerra y estuvo un año sin salir de León.

Al año siguiente, mientras se celebraban festejos en la ciudad leonesa, los nobles Orios Godos y Tiobate, aquellos que habían apresado a su padre, pidieron a la reina que llamara a Bernardo para que abandonara su retiro y participara con ellos en el alanceo de un tablado. Así se lo pidió la reina a Bernardo y le aseguró que se encargaría de que el rey cumpliera su palabra de liberar a su padre. Bernardo aceptó participar y venció en el juego. Entonces Orios Godos, Tiobalte y la reina, todos juntos, fueron a ver al rey para pedir la liberación de Sancho Díaz.

Pero el rey argumentó que no quería quebrantar lo que había hecho Alfonso II y que no iba a liberar a Sancho Díaz. Y que si Bernardo volvía a insistir en ello, lo encarcelaría en el mismo castillo donde se encontraba su padre. Bernardo recordó al rey todas las veces que le había ayudado. De nada sirvió el alegato pues finalmente Alfonso III acabó desterrando a Bernardo.

Bernardo se enemistó con el rey y se refugió en su castillo de Saldaña. Desde allí Bernardo se enfrentó a las huestes del rey y cada vez tenía más seguidores. La fuerza de Bernardo crecía, así como los territorios que dominaba. Entre ellos la fortaleza salmantina de Carpio que acabaría por ser su sobrenombre. Estando en el asedio de esta fortaleza, los consejeros del rey le dijeron que era mejor que liberara al conde Sancho Díaz que seguir enfrentándose a Bernardo.

Finalmente, el rey cedió. Orios Godos y Tiobalde fueron con el mensaje real hasta la fortaleza de Carpio, donde se encontraba Bernardo. Le dijeron que si él cedía la fortaleza, el rey liberaría a su padre. Bernardo aceptó el trato. Dio las llaves del castillo de Carpio a Alfonso y éste envió a Orios Godos y a Tiobalde junto a doce caballeros a por el conde Sancho Díaz. Pero cuando éstos llegaron a León se enteraron de que el padre de Bernardo había muerto tres días atrás.
El rey y sus nobles decidieron acondicionar el cuerpo del fallecido, vestirlo y sentarlo en un sillón, y llevárselo a Bernardo. Bernardo, al darse cuenta de que su padre estaba muerto se enfureció con el rey y éste acabó desterrándolo. Bernardo se refugió entonces en la corte franca, en París. Y luego vagaría sin rumbo fijo hasta su muerte.



Los Monteros de Espinosa y el conde Sancho García: ¿realidad o leyenda?


El cuerpo de los Monteros de Espinosa ha sido durante siglos la guardia personal de los reyes de Castilla, al menos desde los siglos XII o XIII, y posteriormente de los reyes de España. La tradición aseguraba que solamente los descendientes de los hijosdalgos de la localidad de Espinosa de los Monteros (Burgos) podían pertenecer a dicho cuerpo que velaba por la seguridad de la familia real mientras dormía y también en aquellos momentos en los que convalecían de una enfermedad. Este cuerpo existió hasta el año 1931 cuando, tras la proclamación de la Segunda República, se disolvió. Actualmente da nombre a la compañía del ejército de tierra que compone el Grupo de Honores de la Guardia Real.
Aunque durante mucho tiempo se dio por cierto que el conde Sancho García de Castilla había creado en el año 1006 el cuerpo de los Monteros de Espinosa como guardia personal, la verdad es que, hoy en día, con los datos históricos disponibles, hay que dudar de la autenticidad de este hecho que se puede calificar como de legendario.

El origen de la leyenda

La leyenda surge como parte de otra más conocida, la leyenda de la Condesa Traidora. El primer eco del supuesto origen condal de los Monteros aparece en la Primera Crónica General compuesta en época de Alfonso X el Sabio, en el siglo XIII. En el capítulo 764 dice así:

La madre de este conde don Sancho, deseando casarse con un rey de los moros, tramó matar a su hijo para de este modo hacerse con los castillos y con las fortalezas de la tierra y de este modo se casaría con el rey moro más directamente y sin pegas. Mientras ella estaba preparando una noche las hierbas que le daría a beber para que muriese, apareció una sirviente de la condesa y entendió muy bien lo que pasaba. Y cuando vino el conde, aquella sirvienta le contó aquel hecho que sabía de su señora a un escudero que quería bien y que estaba en la casa del conde; y el escudero se lo dijo al conde su señor y le aconsejó de cómo se protegiese de aquella traición.

Y de este escudero proceden los monteros de Espinosa que protegen el palacio de los reyes de Castilla; y esta guarda les fue dada por el aviso que este escudero hizo a su señor. Y cuando la madre quiso dar al conde aquel vino a beber, rogó él a su madre que bebiese ella primero; y ella le dijo que no lo haría, que no había por qué. Y él le rogó muchas veces que bebiese, y ella no quiso ninguna vez. Y cuando él vio que no la iba a convencer con ruegos, se lo hizo beber por la fuerza; incluso dicen que él sacó la espada y le dijo que si no se lo bebía que le cortaría la cabeza. Y ella atemorizada bebió el vino y cayó luego muerta.

Vemos aquí que el origen de los Monteros se debe a un escudero procedente de Espinosa que avisó a Sancho García de la trama de su madre contra él. Como ocurre siempre, con los años el hecho legendario se fue agrandando y se enriqueció en detalles. En 1582, cuando Gonzalo Argote de Molina reedita El Libro de la Montería de Alfonso XI ampliado con capítulos propios, vuelve a hablar del origen de los Monteros de Espinosa siguiendo la senda de la leyenda de la condesa traidora:

Y no olvidándose el Conde del beneficio recibido del Escudero, y de la Doncella, les hizo casar, y les hizo mucha merced, dándoles Privilegio para que los de su linaje fuesen guarda de las personas de los Condes de Castilla, o de los que sucediesen en sus estados, y heredolos en la villa de Espinosa, y así todos los descendientes de ellos han servido siempre a la casa real de Castilla, en la guarda de las personas Reales en Palacio, Casa y Corte, y Monte, donde quiera que los reyes están, y como en aquellos primeros tiempos hiciesen juntamente con el oficio de la guarda, el oficio de monteros (hasta que muchos años después se hizo número y orden particular de la Montería) fueron llamados los Monteros de Espinosa, del nombre del oficio que ejercitaban y del lugar de su naturaleza, y la Villa de Espinosa del oficio de los naturales de ellas fue llamada Espinosa de los Monteros. Hay memoria entre los Monteros  de este libro de Sancho de Espinosa.³

Versiones posteriores de la leyenda, novelas y obras dramáticas ya dan el nombre completo del escudero: Sancho Peláez, natural de Espinosa; e incluso las palabras que el conde de Castilla pronunció a su escudero en agradecimiento:

«Leal me fuiste, Sancho Peláez. Desde ahora tú guardarás mi sueño. Y que guarden también los hijos de Espinosa en los siglos venideros el sueño de todos los monarcas que Castilla tenga».

Don Rodrigo y la Cava

Cuenta la leyenda, que esta tal Cava era hija del conde visigodo Don Julián, gobernador de Ceuta. La muchacha se llamada Florinda  y se distinguía por ser de una belleza especial.
Don Julián, allá por el año 710, la había enviado a Sevilla para completar su educación y preparar un buen matrimonio con algún príncipe visigodo.
Su hermosura llamó la atención del duque Rodrigo (o Ruderico) quien, paseando un día por la ribera del Guadalquivir, la vió bañarse desnuda en el río.
Don Rodrigo, duque la Bética, casado con Egilona “la de los lindos collares” y cuya obediencia al rey Witiza era más que dudosa, (de hecho lo depuso y se coronó Rey de los Visigodos), quedó prendado de la hermosa muchacha e intentó seducirla.
Florinda ante las insinuaciones hace como que no comprende las palabras del rey, se resiste y responde con evasivas; pero este rechazo virtuoso no desanima a Ruderico quien  cegado por su hermosura insiste llegándole a ofrecer ser reina de España, aunque sin éxito.
Un noche de primavera, Don Rodrigo, “enamorado y en ardor”, violó a Florínda quien por otro lado, no gritó para que las damas de compañia la oyeran.
Desde ese día, Florinda será conocida como la Cava, que en árabe significa prostituta fina.
El Conde Don Julian, al enterarse de la deshonra de su hija y que había quedado sin ninguna reparación por parte de Don Rodrigo, se conjuró con los hijos del ya destronayo Witiza (que se encontraban refugiados en el norte de África) para devolver el trono a éstos y, aliado con un ejercito de trece mil jinetes africanos,  atravesaron el estrecho y dieron muerte a Ruderico y a toda su familia incluido el hijo que había tenido con la Cava.


Ponce de León y la Fuente de la Eterna Juventud

Juan Ponce de León aún no había cumplido 40 años cuando escuchó hablar por primera vez a los indios del Caribe acerca de una isla, llamada Bímini, en cuyas tierras brotaba un maravilloso manantial que convertía a los viejos en jóvenes. Las historias sobre una fuente con tal propiedad no eran nuevas, circulaban por Europa ya desde tiempos de Herodoto, pero para el hidalgo escucharlas en boca de los indígenas americanos supuso una confirmación de su autenticidad. A fin de cuentas, la mayoría de las leyendas sobre esa fuente la situaban en el Oriente, que era precisamente a donde creía haber llegado Cristobal Colón. Una sola idea obsesionará a Ponce de León desde aquel momento: encontrar la Fuente de la Eterna Juventud.

Ponce de León había nacido aproximadamente en 1470, en la ciudad de Valladolid. Hidalgo bastado y pobre, no le quedó mejor opción que embarcar en busca de fortuna rumbo a América, a donde llegó en 1502, formando parte de la flota del gobernador Nicolás de Ovando. Tras participar en la dominación de la Española (Santo Domingo) y conquistar la isla de San Juan (actual Puerto Rico), obtuvo el poder económico y el prestigio suficientes como para consagrarse a su obsesión.

En 1512 consigue el permiso del rey para buscar la isla de Bímini y su fuente. La expedición parte en febrero de 1513 con tres navíos y avista tierra el 3 de marzo. Ponce cree en un principio haber llegado a Bímini, a la que rebautiza como Florida, hasta darse cuenta finalmente de que no ha descubierto una isla sino una península perteneciente a un territorio más amplio. Para entonces ya no quedará río, arroyo, manantial o pantano de todo Florida en el que no se haya bañado, sin experimentar nunca los efectos milagrosos que vaticinaba la leyenda. En febrero de 1514, la expedición regresa desilusionada a San Juan.

A pesar del fracaso, Ponce seguía convencido de que la isla de Bímini se encontraba en algún lugar del mar Caribe. Vuelve a España, y en la corte insiste acerca de esa fuente de la juventud, consiguiendo que el rey lo nombre Adelantado de Bímini y Florida. En 1515 parte de Sevilla con tres naves, que se disgregan más llegar a San Juan. El adelantado no puede mantenerlas bajo sus órdenes: su prestigio, muy debilitado ya por las burlas de los que le acusaban de perseguir quimeras, se ha desvaneció por completo debido a un error durante una escaramuza contra los indios que causó varias bajas en su flota.

En 1521, tras unos años de pleitos, procesos y desgracias personales, Ponce vuelve a partir en busca de la mítica fuente. Toma tierra con su gente y construye un poblado, pero este es atacado por los nativos. Muchos de sus hombres mueren y él mismo recibe una herida de flecha que, a pesar de permitirle regresar vivo a Cuba, al final le acabará causando la muerte. Cuando esto sucede tiene apenas 51 años.

El rey niño
Hacia 1109, el belicoso Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, se esposa con Doña Urraca, reina de Castilla. Como era habitual, fue un matrimonio de conveniencia y ellos nunca se llevaron bien: ninguno de los dos cedió poder y territorio al otro y continuaron reinando en sus respectivos territorios.
Ella, una mujer de recio carácter, tenía un hijo de su matrimonio previo con Raimundo de Borgoña de nombre Alfonso que, en principio, heredaría el reino de su madre. Y claro, para Alfonso el Batallador el niño representaba un obstáculo para hacerse con el reino castellano así que hostigó a su esposa que huyó con el crío ayudada por algunos nobles afines.
El niño es trasladado a la ciudad de Ávila ya que sus dirigentes, encabezados por Blasco Jimeno, son partidarios de que Castilla siguiera siendo independiente y no se anexionase al reino de Aragón.
El padrastro aragonés llega a Ávila con fines poco “paternales”, deseando apoderarse del crío que tantos quebraderos de cabeza le está ocasionando y pide que se lo entreguen, que el será su tutor pero, la respuesta desde dentro de la muralla es que ni hablar, que el Niño Rey se queda en Ávila.
Quizás como maniobra dilatoria o porque realmente le surge la duda de si realmente está allí y sigue vivo, el rey pide que se lo muestren y los habitantes de la ciudad se lo enseñan por encima de las almenas de la muralla.
Estaba demasiado lejos para poder reconocerlo así que Alfonso I solicita unos rehenes para garantizar su seguridad al acercarse a la muralla. Por la Puerta de la Malaventura salen setenta caballeros que son apresados mientras que el rey se acerca al Cimorro de la Catedral para apreciar como, efectivamente, aquel era su hijastro y estaba vivo.
Como el asalto a la ciudad es imposible, decide retirarse de Ávila pero, en un acto de gran crueldad, hace sumergir en grandes ollas de aceite hirviendo a los apresados. Aquel lugar pasó a denominarse y aún sigue nombrándose así, Las Hervencias, al norte de la ciudad.
Fue grande el dolor que provocó semejante acción y los caballeros abulenses “ovieron gran dolor i plañían e mesaban sus barbas e cabelleras”. No podían enfrentarse a aquel ejército en campo abierto así que envían al más valeroso de lo suyos, a Blasco Jimeno y a su escudero que partieron tras el monarca y su séquito que se dirigían a Zamora. Les dieron alcance en un llano entre Fontiveros y Cantiveros. Allí el hidalgo le retó a duelo, diciéndole que era “malo, alevoso y perjuro” pero el rey, indignado, mandó a los lanceros y saeteros acribillarles y descuartizar sus cuerpos. El Concejo de Ávila, orgulloso de su conciudadano, mandó erigir allí una cruz que aún se conserva y que recibe el nombre de La Cruz del Reto.
Tras numerosas vicisitudes y la muerte de Doña Urraca, su hijo fue coronado rey de Castilla como Alfonso VII y en agradecimiento al comportamiento de la ciudad, permitió que en su escudo figurase la leyenda "ÁVILA DEL REY" y apareciese él mismo, de niño, alzado por encima de las murallas como habían hecho para mostrárselo a su padrastro.
Leyenda o realidad, el escudo de la ciudad muestra ambos títulos concedidos, la zona al norte de la capital se denomina “Las Hervencias” y la Cruz del Reto, en Cantiveros, sigue recordando a aquel noble que quiso vengar la afrenta cometida. Cada cuál que crea lo que quiera.


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