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LEYENDAS 3

LEYENDAS DE LA ESPAÑA MUSULMANA.

Zaida y Alfonso VI, el amor prohibido entre una princesa musulmana y el conquistador de Toledo


La biografía de la princesa Zaida no solo esta llena de amplias lagunas como por ejemplo fecha y lugar de nacimiento, padres y fecha concreta de fallecimiento, si no que además antiguos historiadores manipularon de forma interesada pasajes importantes de su vida, rebatidas posteriormente por otros estudiosos basándose en diversas pruebas escritas inexploradas hasta entonces. Su nacimiento debió de producirse sobre 1063 en el al-Ándalus . 
Las primeras informaciones sobre la vida de Zaida son para decirnos que se casó con Abu Nasr Al´Fath al-Ma´mun, rey de Córdoba, hijo del gran rey sevillano Muhammad b. ´Abbad al´Mutamid (1040-1095). 
Caen Málaga, Granada en manos almorávides  y viendo el giro que habian tomado los acontecimientos el rey al-Mutamid le pide a su hijo al-Ma´mun, que le dejó al cargo de Córdoba, que aguante como pueda la posición de la ciudad, pues sería inevitable que tras la caída de esta fortaleza se pudiera mantener la de Sevilla. Los almorávides se acercan a Córdoba y al-Ma´mun preveyendo un fatal desenlace pone a salvo a su esposa, Zaida, enviandola con setenta caballeros, familiares incluidos, al castillo de Almodóvar del Río que anteriormente había fortificado y abastecido. 
La dispersión de los barrios cordobeses y la connivencia de sus moradores influyeron decisivamente para que
El 26 de marzo de 1091 cayo la capital según lo cuenta Abbad, T.Ipg. 54-55, Cartás y Abd-al-Wahid: «Fath al-Ma´mun intentó abrirse camino con su espada a través de los enemigos y de los traidores pero sucumbió al número. Se le cortó la cabeza, que la pusieron en la punta de una pica y pasearon en triunfo». 
Enterada de la desgracia de su marido y de la pérdida de la ciudad en que vivió, sabiendo que ya nunca podría regresar, descarta dirigirse al palacio sevillano de su suegro, Al´Mutamid, al que se le presagia la misma suerte y acepta el consejo de este para ponerse a salvo: refugiarse en la corte toledana de Alfonso VI (entre ambos reyes hubo multiples acuerdos y desacuerdos, alianzas y batallas) siendo portadora de un tratado de estricta supervivencia, consistente en la entrega de las plazas en la frontera norte de Uclés, Amasatrigo y Cuenca para su defensa y protección a cambio de ayuda al sevillano ante la crítica situación frente a los almorávides. 
Hay un escrito sobre Zaida, donde lo de menos son las inexactitudes históricas, un bello poema de la antigua lírica castellana, contemporánea y similar al Cantar del Mío Cid, aunque más reducido por estar prosificado donde describe a la protagonista como gentil princesa, doncella de gran hermosura, muy virtuosa, gallarda, discreta, esbelta, de singular belleza, de tez espléndidamente blanca, la epopeya no ahorra piropos, fiel al florido romanticismo dice que "se enamora de oídas" del «apuesto guerrero Alfonso VI gallardo y muy ducho en el manejo de las armas». Esta joya literaria medieval, El Cantar de la Mora Zaida l, está recogida en Leyendas Épicas Españolas editado por Rosa Castillo en la colección Odres Nuevos de la editorial Castalia. 
Lo cierto es que la llegada a Toledo de la joven y desvalida viuda turbó al maduro rey -51 años- que casado con una mujer enferma y sin hijos dio pie a unas relaciones sentimentales. Las aventuras extramatrimoniales de los monarcas eran habituales y la historia no habría tenido especial interés en mencionar los amoríos con la bella princesa si no fuera por un hecho transcendental: tuvieron un hijo varón. 
El rey castellano era muy mayor y tras cinco matrimonios y dos concubinatos (las relaciones incestuosas con su hermana Urraca merecen un aparte) no tuvo ningún hijo varón que le sucediera. Desde el mismo momento que nació Sancho Alfonsez el rey lo reconoció como su directo descendiente llamado a gobernar Castilla, León, Galicia con Portugal y el resto de condados. 
Este hecho causó prejuicios en los cronistas cristianos apresurándose a incluir a la mora Zaida entre sus mujeres legítimas. 
Zaida se acomodó en la corte castellana, renunció al islamismo, corriendo el riesgo de muerte que tal acción suponía entre los mahometanos, y se bautizó en Burgos con el nombre de Isabel (no confundir con la francesa Isabel). No solo conservó todas sus costumbres sino que las difundió e introdujo nuevos y frescos aires culturales de la esplendorosa sociedad musulmana. El historiador árabe, conquense de nacimiento, González Palencia escribe en su Historia de la España Musulmana que la corte de Alfonso VI, casado con Zaida), parecia una corte musulmana: «sabios y literatos muslimes andaban al lado del rey, la moneda se acuñaba en tipos semejantes a los árabes, los cristianos vestian a usanza mora y hasta los clérigos mozárabes de Toledo hablaban familiarmente el árabe y conocian muy poco el latín, a juzgar por las anotaciones marginales de muchos de sus breviarios». 
Alfonso y su joven amada fueron inmensamente felices como se deduce por los epítetos con los que la enalteció "amantísima" y "dilectísima". Como fruto de su amor Zaida quedó embarazada, pero a la vez que nacia el tan deseado y esperado niño, Sancho Alfonsez, moría la madre. El rey quiso que descansara en el mismo sitio que había destinado para él mismo, sus reinas e hijos, y con tal fin le enterró en el Monasterio de Sahagún, exactamente en el coro bajo, antes de llegar al atril. Quadrado, en sus Recuerdos y bellezas de España, dice que en «Sahagún descansa en túmulo alto el rey y debajo de una sencilla lápida Isabel y el joven Sancho, su hijo». Según el epitafio que se conservaba, parcialmente destruido, murió de sobreparto, en León, por la mañana a la hora de tercia el jueves 12 de Septiembre, desconociéndose el año «Una luce prins septembris quam foret idus sacina transivit feria 5 hora 3 Zaida Regina dolens peperit».


La princesa mora

Hay muchas leyendas medievales en las que intervienen musulmanes, los moros que dominaban el sur peninsular. Se da una curiosa circunstancia ya que eran enemigos pero también se les reconocía como sabios y justos. Su mayor defecto era que no creyesen en el Dios verdadero.
Fruto entre los inestables tratados entre cristianos y musulmanes, una bella doncella mora, Aixa Galiana hija de Al-Menón de Toledo y sobrina del rey Al-Mamún es conducida a Ávila. Casi una niña, con sus catorce años, llegó triste y abatida ya que sufría de mal de amores: había dejado atrás, en Toledo, a su amado. Ni las fiestas celebradas en su honor ni la tutela de Doña Urraca, hija del rey Alfonso VI, la devolvían la sonrisa.
Era tal su belleza que fueron muchos los caballeros que se interesaron por ella pero el más prendado resultó ser el valeroso Nalvillos Blázquez, que llegó a concertar su boda con ella por medio de su tutora Doña Urraca. Pero resultaba que los padres del doncel ya habían concertado su matrimonio con otra hija de la nobleza abulense, Arias Galindo. Y que el rey, en agradecimiento a su colaboración, había hecho lo propio con la mora, en este caso, su prometido sería un jefe árabe llamado Jezmín Yahia.
Nalvillos, terco como él sólo, se empeñó tanto que consiguió casarse con Aixa (convertida al cristianismo) pero se granjeó el odio de Jezmín y el desengaño de Arias, enamorada perdidamente de él y que debió conformarse con esposar con su hermano Blasco.
Ignorando de quién se trata, Nalvillos traba amistad con Jezmín en un viaje a Talavera. Y tanto le agasaja el primero, que el cristiano no tiene por menos que invitarle a los esponsales de su hermano Blasco, incluso, dándole aposento en su casa palaciega.
Ya en Ávila ambos y dentro de las celebraciones por la boda entre Arias y Blasco, se celebraban torneos y justas y al abulense reta a su nuevo amigo a combatir a espada. Le vence con cierta facilidad y el musulmán se siente humillado, no tanto por el escarnio público sino por ver entre los asistentes a su amada Aixa y apreciar como ésta le observa desesperada, acosada. Y si, el amor que había dejado atrás la mora al ser llevada a Ávila, no era otro que Jezmín.
La tristeza que acompaña a Aixa y cuyo motivo desconoce, duele cada vez más a Nalvillos que pensando que sufre en la ciudad amurallada, construye para ella una hacienda con todo tipo de lujos en el paraje de Palazuelos, a escasas leguas hacia el norte siguiendo el cauce del río Adaja.
Pero ella continuó aquejada por sus dolencias sentimentales, sólo consolada por las visitas secretas de Jezmín que aprovechaba las frecuentes ausencias del esposo capitaneando incursiones militares, para ver a su querida aprovechando la noche. Aquello desembocó de la única forma posible: los amantes se fugaron para retornar a Talavera.
El guerrero vuelve de sus contiendas y encuentra la hacienda vacía y, sabedor de la afrenta, decide ir en busca de los adúlteros. Se hace acompañar por su más leales caballeros. Sin embargo, no ataca la ciudad toledana sino que les hace acampar en las inmediaciones, adentrándose en la villa en solitario disfrazado con vestiduras árabes. Eso sí, da orden de atacar si no retorna en dos días.
El ultrajado caballero se dirigió al palacio de Jezmín y logró alcanzar el jardín de esta residencia donde su amada Aixa restaba sola. Tapando su rostro con el esbozo, la dedicó frases lisonjeras, ésta, embelesada, terminó por dejarle acceder hasta su alcoba. Allí, Nalvillos se descubrió y ella llamó presurosa a la guardia que lo apresaron. Ya el ofendido no albergaba ningún sentimiento hacia su esposa al comprobar su adúltera conducta que no era fruto únicamente de un secuestro.
Jezmín decide ejecutar a Nalvillos en una plaza pública quemándole en una pira. Como último deseo, el cristiano pide hacer sonar una trompa de guerra. Accede a ello el árabe, sin saber que aquella era la señal que los caballeros leales al reo aguardaban para atacar la ciudad.
La matanza fue cruenta y el noble abulense vengó su afrenta particular quemando a los amantes en el lugar preparado para su propia ejecución. El resto de su vida la dedicó a guerrear incansablemente ya que no había otro objetivo en su vida que no fuera luchar. A su muerte, fue enterrado en la Iglesia de Santiago, entre los llantos de los abulenses que valoraron su carácter heroico aunque todos conocían el porqué nunca llegó a ser feliz en vida.
Nalvillos existió como personaje histórico, la toma de Talavera de la Reina fue un hecho histórico decisivo en el avance cristiano hacia el sur (1083, Alfonso VI) y la finca de Palazuelos es una bella dehesa ubicada entre los encinares al norte de la ciudad. Como siempre en las leyendas, hay retales de realidad y otros aderezos que cada uno debe creer o no en función de los deseos de hacerlo. Mas, cuando pases por la Plaza de Nalvillos de Ávila, recuerda al atormentado caballero y piensa que nunca consiguió la felicidad de corazón que fue lo que buscó en vida y no el ser conocido por empuñar las armas.

La Leyenda del Suspiro del Moro.

Cuenta la leyenda que allá por el año 1492, cuando los Reyes Católicos conquistaron el reino de Granada y después de entregarles las llaves de la ciudad el rey Boabdil, último rey de los moros que se rindió sin luchar, ocurrió un hecho que ha dado lugar a una frase que todos habremos escuchado en alguna ocasión.

Los Reyes Católicos, exiliaron a Boabdil e izaron su bandera de la España cristiana sobre las alturas de la Alhambra para mostrar la victoria y la rendición de los moros en España.

Se cuenta que camino a su destierro en las Alpujarras, Boabdil no se atrevía ni a girar la cabeza hacia atrás. Una vez estuvo lejos, se paró en la colina ya conocida como ‘El Suspiro del Moro‘ y miró el palacio y toda la ciudad que acababa de perder a sus pies. En este último vistazo cuentan las leyendas de Granada que suspiró y rompió a llorar. Y fue en ese momento en el que su propia madre, Ayesha, sorprendida y enfadada a la par que avergonzada se dirigió a él con el conocido:

“Llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre”


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