LEYENDAS ARAGONESAS
Los amantes de Teruel
La Cruz del Sobrarbe
La montaña de Formigal
El Milagro de los Corporales de Daroca
El milagro de Calanda
Segura
de la Sierra: Mudarra juega al ajedrez
1 Leyendas aragonesas
1.1 San Jorge y el dragón
1.2 Los corporales de Daroca
1.3 El milagro de Calanda
1.4 La campana de Huesca
1.5 Los amantes de Teruel
1.6 La Cruz del Sobrarbe
1.7 La montaña de Formigal
San Jorge y el dragón
En la ciudad de Silca
(en la provincia de Libia), vivía un gran dragón que causaba
daños entre la población y los animales. Para tranquilizarlo, los habitantes
del pueblo acordaron dar al dragón una persona en sacrificio y, para ello,
todos los días, se realizaba un sorteo en el que salía elegida la persona que
debía ser entregada al dragón. Un mal día, le tocó a la hija del rey.
La princesa
abandonó la ciudad con resignación en dirección hacia el dragón. De
pronto, apareció un joven caballero con armadura, montado sobre un
caballo blanco. El caballero estaba dispuesto a salvarla a ella y a todos los
habitantes del pueblo. Se enfrentó al dragón y libraron una gran batalla
hasta que San Jorge le incrustó al dragón una gran lanza en el pecho. De
la sangre que derramó el dragón, nació un hermoso rosal que Jorge
entregó a la princesa después de haber ganado la batalla.
Los amantes de Teruel
Juan Diego Martínez e Isabel, pertenecían
a dos de las grandes familias de la ciudad de Teruel,
los Marcilla y los Segura. Él era un Marcilla e Isabel era hija de Pedro Segura.
Isabel y Diego, mencionado casi siempre
en los relatos como Marcilla,
se conocían desde la infancia y, al llegar a la edad adulta, éste le confesó su amor y el deseo de tomarla como esposa. Ella quería lo
mismo, pero no accedería sin el consentimiento de su familia. Los tiempos
habían cambiado y la familia Marcilla no pasaba por uno de sus mejores
momentos económicos. El padre de Isabel se negó en rotundo a este enlace por
esa cuestión y estableció que solo accedería con una condición: que Diego partiera a hacer fortuna por el mundo
y en el plazo de cinco años recuperase la fortuna de su familia. Él aceptó e Isabel prometió esperarlo.
El padre de Isabel,
sin embargo, no esperó los cinco años y, ansioso por casar a su hija, a la cual
respetó hasta que cumplió los 20 años, amañó un matrimonio con don Pedro de Azagra, señor de Albarracín. Isabel, como ya habían pasado
más de cinco años y no recibía noticias de su amado Diego —al que creía muerto en las guerras
musulmanas—, accedió a lo que su padre llevaba años pidiéndole.
El motivo del retraso fue
que Marcilla, luchando
contra los almohades en tierras de Valencia, fue seducido por una
de las esposas del emir de
Valencia, Zulima. Éste
la rechazó y ella trató de impedir de todas las formas posibles el regreso de Diego a Teruel,
a fin de que expirase el plazo de cinco años y no pudiera casarse con su
prometida cristiana.
El mismo día de la boda de Isabel con don Pedro, llegan a Teruel las noticias de que Juan Diego Garcés Martínez de
Marcillahabía regresado a Zaragoza,
con grandes riquezas y con el deseo de casarse con su amada Isabel. Se contaba que había
ganado más de cien mil sueldos luchando contra los moros, por mar y por tierra,
y que volvía inmensamente rico. Pero para cuando llegó a Teruel, Isabel ya se había casado con Pedro. Y aunque Marcilla trató de todas las formas posibles de
recuperarla, ella, mujer honesta, se negóa tenerlo como amante. Diego se coló en la cámara nupcial de Isabel la misma noche de bodas. La
conversación se complicó y pasó pronto de los delirios amorosos a las
acusaciones y reproches. Al final, Marcilla,
calmado, únicamente pide un beso y un abrazo a su antiguo amor. Pero Isabel, que ya es la esposa de
otro hombre, se lo niega de forma brusca y vuelven los reproches. El diálogo,
muy intenso, finaliza así:
ISABEL: ¡Para esto di mi mano! MARSILLA: ¡Desdichada…! ISABEL: ¿Qué es lo que hiciste? MARSILLA: Tu traición revelas. ¡Impostora! -¡Y decía que me amaba! ISABEL: ¡Hombre de maldición! ¡Ojalá nunca de Teruel las almenas avistaras! ¡Cruel! ¿Amor a reclamar te atreves de una mujer por ti despedazada? Ya te aborrezco. MARSILLA: ¡Oh, Dios! ¡Ella lo dice! (Cae en un escaño como herido de un rayo.) No puedo más. ISABEL: ¡Qué miro! Se desmaya… Perdóname un momento de despecho… MARSILLA: Isabel me aborrece… ¡Me engañaba! Aquí siento… ¡qué angustia! Yo la adoro… y ella me aborrecía… ella me mata. (Muere.)
En definitiva, Diego muere de amor despechado e Isabel muere al día siguiente, también de amor, durante el entierro del
joven, no sin antes haberla dado al difunto el beso de amor que le había negado
en vida.
La historia de Isabel y Diego es, sin duda, la más famosa de Aragón y todos los años se representa en Teruel, en torno al 14 de
febrero, día de los enamorados (San Valentín), con la participación del
pueblo. Isabel y Diego son los Romeo y Julieta aragoneses.
La Cruz del Sobrarbe
A las afueras del pueblo medieval de Aínsa se eleva un templete en recuerdo de la batalla que ganaron los cristianos a los musulmanes, una batalla en la
que la leyenda dice que se les apareció una cruz
en llamas sobre una carrasca, lo cual fue todo un
revulsivo para las mermadas fuerzas militares de los sobrarbenses. En la actualidad, Aínsa sigue celebrando la fiesta de La Morisma en la que se rememora el triunfo de
los ejércitos cristianos sobre los musulmanes a la puertas de la villa, en el año
724.
Según la leyenda,
antes de la batalla, el número de musulmanes era muy superior al de los cristianos; sin embargo, éstos
vencieron gracias al ánimo que les dio su jefe Garci Jiménez y, sobre todo, porque en plena lucha
se les apareció sobre una carrasca una gran
cruz roja resplandeciente, lo cual fue tomado como un buen presagio.
Testimonio de la enorme trascendencia de este hecho legendario
es que, hoy en día, la carrasca y la cruz
roja se mantienen en el escudo de la comarca del Sobrarbe y en el de la Comunidad Autónoma de Aragón.
La montaña de Formigal
Anayet y Arafita eran los dioses más pobres de la montaña, les habían despojado
de sus pinares y abetales, hasta sus ganados escaseaban en sus senderos, que se
habían convertido en pasos de contrabandistas. Anayet y Arafita eran trabajadores, honrados y felices
y tenían una hija preciosa, la diosa Culibilla,
a la que el cielo había dotado de todas las bellezas y cualidades. Nada quería
saber de las pretensiones galantes de los dioses pirenaicos. Sus mejores
afectos eran hacia los corderillos que competían en blancura con los inmensos
heleros y glaciales que rompían el verdor de las montañas. Y más aún, amaba a
las humildes y trabajadoras hormigas
blancas que, durante el
verano, continuaban blanqueando la montaña, hasta el punto que Culibilla la bautizo con el nombre de Formigal.
La tranquila paz se acabó el día que Balaitus se enamoró ardientemente de Culibilla. Balaitus era fuerte, poderoso, temido por todos
y nadie se oponía jamás a sus deseos. Él amasaba las terribles tormentas del Pirineo y forjaba los rayos, capaces de
destruir todo cuanto le rodeaba. Era violento cuando se enfadaba y hacía correr
sus carros por encima de las nubes, estremeciendo hasta los cimientos de las
montañas.
Culibilla lo
rechazó, pero en mal momento, ya que a él era la primera vez que lo rechazaban
y juró raptarla.
En tres zancadas se presentó Balaitus ante Culibilla,
decidido a cumplir su propósito. Las montañas todas estaban atónitas, sin
atreverse a defender a la diosa. Y dice la leyenda que entonces Culibilla, al verse perdida,
gritó: "¡A mí las hormigas!" A millares acudieron de todos los sitios
las hormigas blancas que empezaron a cubrir a Culibilla ante los ojos de Balaitus quien, horrorizado, emprendió la
huida. Culibilla, en el
colmo de la amistad y el agradecimiento, se clavó un puñal en el pecho para
guardar dentro junto a su corazón a todas las hormigas: es el forau de Peña
Foratata. Y cuentan que los que suben al Forau de la Peña pueden oír claramente los latidos de Culibilla, la diosa agradecida.
Y aseguran también que en Formigal,
desde entonces, ya no hay hormigas
blancas: todas las tiene ella guardadas en su corazón.
El Milagro de los Corporales de Daroca
El
milagro de los Corporales de Daroca, sucedido en 1238 en el marco de la Reconquista cristiana de la península convirtió a Daroca en
un importante lugar de culto y peregrinación, uno de los centros religiosos más
conocidos de la Edad Media.
El milagro tuvo lugar no en Daroca sino en las cercanías de Valencia, concretamente en las inmediaciones del Castillo del Xio, en Luchente, donde el noble Berenguer de Entenza lideraba compañías llegadas de Daroca, Calatayud y Teruel para hostigar a los musulmanes al sur del Júcar tras la conquista de Valencia por Jaime I en 1236.
Los musulmanes reunieron una importante hueste y sitiaron a los cristianos.
Berenguer de Entenza, ante el asedio, ordenó a mosén Mateo, clérigo de la iglesia de San Cristóbal de Daroca, que celebrara una misa. Durante la misma y al levantar el sacerdote el paño donde se guardaban seis hostias, todos ven que éstas están empapadas en sangre... El hecho se considera como un milagro y ante el prodigio, los cristianos se lanzan a la lucha encabezados por el cura, que sobre un asno blanco muestra durante la batalla las hostias ensangrentadas. Los musulmanes son completamente derrotados.
Tras la victoria surgen las disputas por quién ha de ser el que lleve a su ciudad el paño con las hostias ensangrentadas. Se decide colocar los Corporales sobre una mula y dejarla a la buena de Dios. La mula fue a caer muerta en la puerta de la iglesia de San Marcos, hoy convento de religiosas de Santa Ana, junto a la puerta Baja de Daroca. Allí estuvo depositado durante muchos años el paño de los Corporales hasta que se trasladó a la iglesia de Santa María.
Este relato se recoge así en la llamada "Carta de Chiva", documento de 1340 enviado por el concejo de esta localidad de Valencia y que se guarda en el Archivo Colegial de Daroca. Desde entonces los Corporales se convirtieron en el símbolo por antonomasia de Daroca y en su elemento más universal.
El día más importante de las fiestas es el jueves del Corpus y el acto central es la procesión que desde la iglesia Colegial de Santa María se dirige hasta las afueras de la ciudad, donde cada año se celebra un sermón desde al menos 1414.
El milagro tuvo lugar no en Daroca sino en las cercanías de Valencia, concretamente en las inmediaciones del Castillo del Xio, en Luchente, donde el noble Berenguer de Entenza lideraba compañías llegadas de Daroca, Calatayud y Teruel para hostigar a los musulmanes al sur del Júcar tras la conquista de Valencia por Jaime I en 1236.
Los musulmanes reunieron una importante hueste y sitiaron a los cristianos.
Berenguer de Entenza, ante el asedio, ordenó a mosén Mateo, clérigo de la iglesia de San Cristóbal de Daroca, que celebrara una misa. Durante la misma y al levantar el sacerdote el paño donde se guardaban seis hostias, todos ven que éstas están empapadas en sangre... El hecho se considera como un milagro y ante el prodigio, los cristianos se lanzan a la lucha encabezados por el cura, que sobre un asno blanco muestra durante la batalla las hostias ensangrentadas. Los musulmanes son completamente derrotados.
Tras la victoria surgen las disputas por quién ha de ser el que lleve a su ciudad el paño con las hostias ensangrentadas. Se decide colocar los Corporales sobre una mula y dejarla a la buena de Dios. La mula fue a caer muerta en la puerta de la iglesia de San Marcos, hoy convento de religiosas de Santa Ana, junto a la puerta Baja de Daroca. Allí estuvo depositado durante muchos años el paño de los Corporales hasta que se trasladó a la iglesia de Santa María.
Este relato se recoge así en la llamada "Carta de Chiva", documento de 1340 enviado por el concejo de esta localidad de Valencia y que se guarda en el Archivo Colegial de Daroca. Desde entonces los Corporales se convirtieron en el símbolo por antonomasia de Daroca y en su elemento más universal.
El día más importante de las fiestas es el jueves del Corpus y el acto central es la procesión que desde la iglesia Colegial de Santa María se dirige hasta las afueras de la ciudad, donde cada año se celebra un sermón desde al menos 1414.
El milagro de Calanda
Esta insólita historia tiene un protagonista. De nombre Miguel
Juan Pellicer, nació en el año 1617 en Calanda (Teruel),
una localidad situada a 118 kilómetros al sur de Zaragoza. Desde siempre, este
labriego fue hombre de campo, un
trabajador que jamás pudo imaginarse que se convertiría en el protagonista
del más conocido de “milagros” que recuerda la historia de la cristiandad.
Tenía 21 años cuando su vida cambió por completo. Y por desgracia.
Vivía en Castellón y trabajaba cargando trigo en un carro,
conduciéndolo de un lugar a otro. Un día, sufrió un accidente que le tiró
al suelo con energía, sin tiempo para reaccionar… A
consecuencia de la caída, una de las ruedas traseras le pasó por encima
de su pierna derechaa la altura de la tibia. El dolor fue
horroroso…
LA AMPUTACIÓN
Primero le atendieron en un hospital de Castellón y posteriormente en Valencia. El estado de su pierna, sin embargo, cada día que pasaba era irremediablemente peor. Finalmente, fue ingresado en el Gran Hospital Real de Zaragoza, donde le atendieron varios médidos que siguieron las evoluciones de su maltrecha herida y los cirujanos Juan de Estanga y Miguel Beltrán decidieron que el único remedio a su mal era amputar la pierna. Y así lo hicieron, cortando “cuatro dedos” por debajo de la rodilla a primeros de agosto de 1637.
Primero le atendieron en un hospital de Castellón y posteriormente en Valencia. El estado de su pierna, sin embargo, cada día que pasaba era irremediablemente peor. Finalmente, fue ingresado en el Gran Hospital Real de Zaragoza, donde le atendieron varios médidos que siguieron las evoluciones de su maltrecha herida y los cirujanos Juan de Estanga y Miguel Beltrán decidieron que el único remedio a su mal era amputar la pierna. Y así lo hicieron, cortando “cuatro dedos” por debajo de la rodilla a primeros de agosto de 1637.
Permaneció ingresado en Zaragoza durante varios meses. Ahí empezó
un terrible calvario. No podía trabajar. Y los dolores no le abandonaban. Acabó
dedicándose a la mendicidad, que ejercía en las puertas de la Basílica de El
Pilar, en donde
se convertiría en un hombre popular al que todos conocían como El
Cojo de Calanda, localidad natal a la que regresó para estar cerca
de su familia y trabajar en las pocas cosas que le permitía su maltrecha
pierna. Hasta que llegó el 29 de marzo de 1640…
EL MILAGRO
Ese día, en la vivienda de sus padres, había huéspedes y él se quedó a dormir en el granero. Por la noche, hacia las 23.00 horas, su madre acudió a visitarle, con objeto de averiguar si descansaba en condiciones y se encontraba mínimamente cómodo. Ella entró en la estancia, iluminándola con un candil. Y en medio de aquel juego de luces y sombras, algo le llamó la atención: por debajo de la manta que le cubría se observaban dos pies. Rauda, le despojó de ella. Quedó asombrada. Su hijo, Miguel Juan, tenía dos piernas. No podía ser…
Ese día, en la vivienda de sus padres, había huéspedes y él se quedó a dormir en el granero. Por la noche, hacia las 23.00 horas, su madre acudió a visitarle, con objeto de averiguar si descansaba en condiciones y se encontraba mínimamente cómodo. Ella entró en la estancia, iluminándola con un candil. Y en medio de aquel juego de luces y sombras, algo le llamó la atención: por debajo de la manta que le cubría se observaban dos pies. Rauda, le despojó de ella. Quedó asombrada. Su hijo, Miguel Juan, tenía dos piernas. No podía ser…
Despertó al joven, que asombrado creyó que todo
era un prodigio. Decía recordar cómo, en sueños, dos ángeles le restituían la
pierna que años atrás le habían amputado.
Las noticias sobre el suceso comenzaron a circular por toda la
comarca a la velocidad del viento que azota la zona. Cuatro días después, por
mediación de un sacerdote de la localidad de Mazaleón, se elaboró un acta
notarial que daba constancia del presunto prodigio.
Todos hablaban ya del milagro. Las
noticias, a la misma velocidad, llegaron también hasta Zaragoza, en donde
cientos de personas recordaban al Cojo de Calanda mendigando a las puertas de
la Basílica. Ante el revuelo que se originó, el Ayuntamiento de la ciudad
decidió solicitar a las
autoridades eclesiásticas que se abriera un proceso de verificación del milagroy
que se documentara en lo máximo posible la autenticidad de todos los hechos.
LA CAMPANA DE HUESCA
La Leyenda de la Campana
de Huesca, aparece por primera vez en la Crónica de San Juan de la Peña (siglo
XIV). En esta Crónica se cuenta que los nobles aragoneses desobedecían a su
rey, Ramiro II el Monje (que fue rey de Aragón entre 1134 y 1137), teniendo
aquellos al reino sumido en el desorden. El monarca decidió entonces pedir
consejo al que había sido su maestro en el monasterio francés de San Ponce de
Tomeras, en el que Ramiro había sido monje. Su antiguo maestro, condujo al
mensajero del rey al huerto del monasterio y por toda respuesta, cortó las
coles que más sobresalían diciéndole que contara a su rey cuanto había
visto.
Ramiro, al conocer lo
sucedido, comprendió que el huerto simbolizaba su reino y que las coles eran
sus nobles más poderosos. Decidido ya a terminar con la nobleza, el rey convocó
Cortes en Huesca, pretextando para ello que quería hacer una campana tan
grande, que se oyera en todo el reino. Pero cuando los principales nobles
llegaban a palacio, los hombres de Ramiro los detenían y decapitaban de
inmediato. Tras este castigo, Ramiro II consiguió devolver la paz a su
reino.
La Crónica de San Juan
de la Peña cifra en 15 los nobles ejecutados. Casado del Alisal sólo ha pintado
13 cabezas, pero ha querido formar con ellas una campana: doce cabezas forman
un circulo en el suelo, como si fueran la base de la campana, y otra más (la
del más rebelde según cuentan) está colgada de una cuerda a modo de badajo. La
escena representada en el cuadro recoge el momento en que Ramiro II muestra su
terrible campana al resto de sus nobles.
De acuerdo con una
tradición muy arraigada en Huesca, el lugar en que se sucedieron tan
sangrientos hechos es la sala del palacio de los reyes de Aragón (que forma
parte en la actualidad del Museo Provincial) conocida como Sala de la Campana.
Pero, ... la Campana de
Huesca, ¿es sólo una leyenda o esconde una realidad histórica?....
La historia de un
gobernante que solicita consejo sobre cómo afianzar su poder y obtiene como
toda respuesta el corte de unas plantas (tras lo que decide ejecutar a sus súbditos
más poderosos), aparece ya en distintos autores de época griega y romana
(Herodoto, Aristóteles, Tito, ... ). Ello parece indicar que la leyenda de la
Campana de Huesca copia estos modelos antiguos y no está basada por tanto en
hechos históricos.
Sin embargo, sabemos que
sí ocurrió algo extraño con la nobleza en este momento. Los Anales Toledanos
Primeros dan esta noticia para el año 1136, durante el reinado de Ramiro II:
"Mataron las
potestades en Huesca". Y por la Crónica de un historiador árabe, lbn
Idari, conocemos que el rey aragonés ordenó decapitar a siete de sus
principales nobles, porque habían asaltado una caravana musulmana de mercancías
que se dirigía a Huesca, violando con ello el tratado de paz que Ramiro el
Monje había concertado con el gobernador árabe de Valencia y Murcia. Estos
hechos están probablemente en el origen histórico de la leyenda de la Campana
de Huesca, y posteriormente fueron embellecidos en la Crónica de San Juan de la
Peña a partir de historias tomadas de la Antigüedad clásica.
Segura
de la Sierra: Mudarra juega al ajedrez
Cuentan
acerca de la localidad jienense de Segura de la Sierra una curiosa leyenda cuyo protagonista
es Mudarra González, el hijo que el padre de los siete Infantes de Lara tendrá
en Córdoba con una pariente de Almanzor y quien luego vengará a sus hermanos.
La historia es recogida en el Boletín de Estudios Giennenses nº 67 del
año 1971 (págs. 55-60) por Genaro Navarro López,
aunque su origen se encuentra en la descripción que de la localidad de Segura
de la Sierra se hace en las Relaciones topográficas de los pueblos
de España ordenadas
por Felipe II en el año 1575. Así narra la leyenda:
«El
sobrino del rey de Córdoba, que era hijo del padre de los siete Infantes de
Lara, que lo había habido en una hermana del rey de Córdoba estando cautivo,
estando jugando a las tablas en la dicha ciudad con el rey moro de Sigura, el
rey le dijo El Mudarra, hijo de ninguno, e por esto con el tablero le dio en la
cabeza de que murió y el Mudarra fué luego a su madre y le puso la espada a los
pechos diciéndole que si no le decía quien era su padre, que la había de matar,
y su madre respondió que su padre era el padre de los siete Infantes de Lara,
que estando cautivo se había hecho en cinta de él. Y el rey de Córdoba le dió
trescientos cautivos a caballo y con esto se salió de Córdoba y fue a Sala de
Bureba, que era heredad del dicho Gonzalo Bustos de Lara, que así se llamaba el
padre de los siete Infantes de Lara, y allí le recibieron él y Dª Sancha su
mujer, la cual le metió por una manga de la suya y le sacó por otra manga, con
que mostró hacerle por legítimo. Este vengó la muerte de los siete Infantes de
Lara, bautizáronlo en Burgos y fue su padrino el Conde Fernán González.»
El
episodio, como se ve, aporta hechos que no aparecen en las primeras redacciones
de la leyenda. Y, en algunos casos, incorrecciones como identificar Salas (de
los Infantes) con la localidad de Salas de Bureba o situar la historia en época
de Fernán
González cuando
las primeras versiones coinciden en situar el hecho más tarde, en época del
conde García Fernández.
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